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Nightswimming - REM
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TAXI LIBRE

 

Ernesto descubrió que el taxi era su pasión después de su despido de la fábrica. Si bien no era lo ideal ser chofer, peor era no tener el sustento para mantener a su esposa y a sus cuatro hijos. Su primo, dueño del vehículo, jamás le contó lo maravilloso que era aquel trabajo.

 

Allí descubrió que hay que desconfiar de las familias perfectas (eso se lo dijo un pasajero, directivo de una multinacional), que el orden de los factores no siempre altera el producto (otro le confesó que estaba enamorado de dos mujeres a la vez, sin la menor duda), que la mancha de vino se saca con vinagre, porque neutraliza los pigmentos rojos y violetas (consejo de una mucama de un hotel cinco estrellas), y que la autoestima y la autovaloración son las mejores armas contra la mala onda (dichos del sicólogo hippie que siempre llevaba a visitar a su madre).

 

Nightswimming de REM saludó desde la FM a una pasajera que parecía una chica de tapa. Lo abordó en Gurruchaga y Santa Fé, y la única indicación que dio fue “A Puerto Madero”, así, sin dirección precisa.

 

Lo encandiló. Un rostro perfecto, unos ojos verdes increíbles, y unos labios de dibujo artístico.

 

Eran las 2.03 a.m. Los 5 grados de temperatura justificaba la falta total de gente.

 

-“Solo quería que me regale una flor”, dijo la joven mirando a la nada por la ventanilla del coche.

-“Me llamo Juan”, dijo el taxista al sentirse habilitado para la charla.

-“Me llamo……", respondió casi en forma inaudible su nombre la pasajera. ¿Importaba eso ahora?. No, todavía.

 

Pensó en comprar flores para responder a ese deseo en alguna de las florerías que pernoctaban abiertas por la avenida pero algunos recuerdos de una novia que lo plantaba y debía tirar las flores, y de sus amigos que consideraban cursi un obsequio así, lo inhibían bloqueando ese deseo.

 

2.07 a.m. La madrugada albergaba sueños, llantos, orgasmos, emociones, y bebés que lloraban interminablemente.

 

Juan generó una charla increíble con la bella dama. Hablaron de cine. Coincidieron en que la Naranja Mecánica de Stanley Kubric fue una película disruptiva para la época, y que hoy es una obra de culto. También hablaron de soledades y necesidades afectivas. Él no tenía dudas. Era la mujer de su vida.

 

Su mente trabajaba horas extras tratando de generar alguna situación que eternizara aquellos instantes compartidos. Y decidió algo que rompió sus prejuicios.

 

Inventó un desperfecto en el auto justo enfrente de una florería de Callao y Santa Fe.

El corazón había dejado de palpitar para trotar un galope emocional que nunca había sentido.

 

Fingiendo un enojo por la falsa avería, bajó del auto y compró el mejor ramo visible.

 

Empezó a garuar. Estaba todo mojado. Calles, veredas, y hasta fantasmas que habían venido del Cementerio de la Recoleta a pasear un poco y a condolerse de las vidas de los vivos.

 

El destino a veces es un mago diabólico, porque hizo aparecer de la nada otro taxi que, por el semáforo en rojo, estacionó justo al lado del coche de Juan. La joven parecía apurada. Bajó, le dio un poco más de dinero de lo que marcaba el reloj, y se fue con su colega.

 

Dicen que la imaginación es más poderosa que cualquier realidad.

 

Hubiera sido lindo si aquel diálogo hubiera ocurrido.

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