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Waking Up - MJ Cole
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BULLYING

 

Federico tomó el revólver y lo miró 30 segundos.

 

A los 8 años escuchó su primer “gordo” ofensivo. Su inocencia infantil no le permitía entender porque todos reían. Y esa risa masiva se prolongaba en sus sueños. Tampoco entendía el cartel que le dejó su mejor amigo: "La gordura puede disminuirse. La estupidez, no".

 

A veces soñaba que iba deambulando por olas inmensas que lo llevaban a un pozo de luz iluminado por dentaduras postizas, y otras se veía rodeado de personajes vomitivos extraídos de películas de terror patéticas clase C.

 

El despertador era la señal para el inicio de su jornada laboral. Ya más grande, en su trabajo, el “gordo” agresivo y burlesco se convirtió en uno cariñoso. A fin de cuentas, siempre hay un gordo en todos lados, y ya sabía que ese lugar estaba reservado para él. Alguien debía ocuparlo.

 

Tomó el revólver y lo dirigió a su boca.

 

Lara, la que todos deseaban, le regaló para su cumpleaños un libro de dietas. Él sonrió, agradeció, se paró en el escritorio de la oficina, y con unas tijeras cortó cada hoja en recortes equidistantes, casi perfectos. Y rió. Mucho. No paraba de reír, mientras sus compañeros sospecharon lo peor: que una locura atroz se había apoderado del gordo bueno.

 

El invierno no suele ser benigno en San Martín de los Andes, y Federico, a decir verdad, no lo padecía tanto. Aquella mañana salió con su esposa a comprar lo que el más quería. Primero pasaron por el supermercado y después recogieron algunas cortinas dejadas en la lavandería. Su esposa siempre lo miraba y sabía que su ansiedad por pasar por la confitería era irresistible, como la de un nene de 5 años, aunque Fede ya rondaba los 40.

 

El revólver era, según suponía, calibre 32.

 

La nieve deseaba ser transformada en muñecos, pero ni un alma se atrevía salir a la calle. Algunos linyeras se despojaban de recuerdos para estar lo más livianos posible, y poder caminar y resguardarse en alguna iglesia cerrada.

 

Lara golpeó la puerta. Fede odiaba que su esposa lo molestara en un momento tan íntimo como el que había generado. El tema Waking Up de MJ Cole se desprendía de una radio mientras un locutor engolaba su voz para decir nada.

 

Por fin llegó el momento. Los ojos le brillaban como cada vez que iniciaba el rito. Empezar siempre mordiendo la punta del caño del revólver podría ser considerado como fálico por algún freudiano, pero a él no importaba. Sí le importaba el sabor. Esa vez se enojó. “Ya no hacen los chocolates como antes”.

 

Lara entró, y los dos disfrutaron de un instante único: besos, chocolates, y estufa a leña.

 

 

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