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Dream On - NAZARETH
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MANDATOS

 

Romina aprovechó la oferta de la casa de ropa de la semana y, antes de ir a su casa, pasó a comprarse un vestido que hacía mucho quería lucir, no para ella precisamente.

 

En el ascensor de su edificio tuvo que subir y bajar varias veces hasta que se vaciara por completo y estar a solas consigo misma para maquillarse, perfumarse, y estrenar la prenda nueva, antes de entrar a su casa.

 

Se descalzó. La idea era sorprenderle.

 

La lluvia comenzó a castigar con sus ínfimas pequeñas gotas los pecados de la ciudad, mientras un borracho brindaba con alcohol y antibióticos en el banco de una plaza.

 

Desde el piso 23 se veía todo: peleas domésticas, un fisicoculturista creyéndose Dios, una embarazada que se sentía única, una solterona cosiendo en la oscuridad con un gato de acompañante y, hasta a veces, una pareja teniendo sexo y peleas en simultáneo, como un juego perverso, tóxico y repetitivo sin final.

 

Cocinó lomo al champignon regado con Malbec. La lluvia, el neón de unos carteles, y un aromatizador conformaban el cóctel único y perfecto.

 

Cuando encendió el equipo de música, Dream On de Nazareth se abalanzó sobre sus sentidos rasgados de cansancio. El televisor estrenaba malas noticias pero por suerte para su tranquilidad estaba sin volumen, y eso a nadie molestaba.

 

“Hoy tendrás una noche maravillosa y serás reconocida por tus seres queridos” le vaticinaba para hoy el horóscopo de una aplicación de su celular para su signo de Leo. Si bien era sicóloga y conocía el efecto Forer, se dejaba engañar como cuando mira cualquier película.

 

Cenó. Le contó a su compañía de cena de un nuevo y enésimo acoso por parte de su jefe, de que debería cancelar las vacaciones por problemas económicos, y que por suerte una de sus amigas se casaría en diciembre.

 

Se desnudó y se puso los tacos altos. Caminó hacia el ventanal, y mientras la música acariciaba su figura, bailó a contraluz de las luces de la ciudad distorsionadas por una lluvia inmisericorde que aún astillaba las almas de algunos zombis solitarios que deambulaban sin sentido.

 

La coreografía fue perfecta. Hoy tampoco le importó ponerle un nombre a su maniquí, que la miró con su sonrisa permanente. Y eso ya era suficiente para dejar las cosas como estaban.

 

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